viernes, 31 de diciembre de 2010

La Neuroética


Los avances en la tecnología de formación de imágenes del cerebro ha hecho posible un amplio desarrollo en esta área de conocimiento, a pesar de los inconvenientes éticos que pueden generar los métodos de investigación, que llevan a plantear problemas morales a veces inaceptables.
La Neurociencia se ocupa del estudio del Sistema nervioso central y periférico y la Neuroética, que proviene de ella, es la moral aplicada al estudio del cerebro, considerado el órgano base de la identidad, de la responsabilidad y de las funciones superiores.
Las primeras investigaciones anatómicas del sistema nervioso central comienzan con Thomas Willis (1621-1675) científico identificado con el dualismo cartesiano que divide el cuerpo del alma y supone el estudio separado de cada parte del hombre, para que juntas lo representen.
Willis localiza determinadas funciones mentales en regiones específicas del encéfalo y en siglo XIX se convierte en el precursor de la controversia entre los que estaban a favor de las localizaciones y los que se oponían a ellas.
Franz Joseph Gall (1758-1828) por su parte, sostenía que la forma del cráneo mostraba el diferente desarrollo de las estructuras cerebrales, responsables de sus funciones específicas.
En cambio, Marie Jean Pierre Flourens (1794-1867) no le otorgaba importancia al lugar sino a la porción de cerebro involucrada.
Mientras tanto, los datos objetivos de los registros ponían en evidencia la influencia de ciertas lesiones cerebrales en el comportamiento.
El conocido caso de Phineas Gage, resulta ser un ejemplo de la tesis reduccionista, además de los descubrimientos sobre el lenguaje de Paul Pierre Broca y Karl Wernicke.
Gage era un capataz del ferrocarril de Nueva Inglaterra que debido a un accidente que le destrozó parte de la cara y del cráneo, perdió una porción de la corteza prefrontal.
Sin embargo, a pesar de la gravedad de sus lesiones, no experimentó ningún problema sensorial ni motor, pero su comportamiento cambió radicalmente, porque habiendo sido un hombre bondadoso y generoso se convirtió después del accidente en alguien malhumorado, hosco y malhablado.
Broca había señalado a la circunvolución frontal inferior del lóbulo frontal como la región de la corteza cerebral responsable del habla.
Bernard Baertschi piensa que la neuroética se tiene que ocupar de en qué medida influyen las emociones en las decisiones morales, la responsabilidad y la libertad de una persona ante el determinismo cerebral; además, del control de los estados mentales por medio de las técnicas de neuroimagen y la neuropotenciación y de los tratamientos adecuados con psicofármacos.
Forman parte también de este campo los implantes cerebrales, las interfaces máquina-encéfalo, y las bases neuronales del comportamiento y de la conciencia.
A través de la historia de la filosofía, cada época ha tenido su ética. Kant por ejemplo propuso el deber como guía de moralidad; el siglo XIX se caracteriza por el utilitarismo como sinónimo de felicidad para todos; y en el siglo XX la bioética se coloca en primer lugar y aparece el informe Belmont con los cuatro principios que deberán regir, las investigaciones sobre humanos, la relación con el médico, el derecho a la autodeterminación, y la no maleficencia, principio de beneficencia y justicia.
En el siglo XXI llega la Neuroética, o sea la ética de la Neurociencia centrada en la ética de la práctica médica que integra el conocimiento neurocientífico con el pensamiento ético y social.
La Neurociencia de la ética está basada en la Neurofilosofía, que es la que indaga sobre las bases neurológicas del conocimiento moral, o sea qué es lo que ocurre en el cerebro cuando se trata de decisiones morales.
Para un kantiano, este proceso ocurre en la zona frontal del cerebro; para un utilitarista se trata de la activación de las partes prefrontales, límbicas y sensoriales y para un aristotélico es la actividad coordinada de todo el cerebro.
El criterio para determinar el fin de la vida, es una cuestión capital en el avance de las neurociencias. Actualmente se adopta el criterio cerebral, o sea que la muerte se produce cuando el cerebro, inclusive el tallo cerebral deja de funcionar; sin embargo, aún no queda descartada la posibilidad de la manipulación del hombre gracias a estos avances.
Fuente: “De la Neurociencia a la Neuroética”, José Manuel Giménez Amaya, Sergio Sánchez-Migallón. “Investigación y Ciencia-Mente y Cerebro”, numero 43, Neuroética, Luis Alonso.


 escrito por: Malena Lede

Los ateos, liberales y monógamos tienen un coeficiente más elevado

CNN — Las tendencias, políticas, religiosas y sexuales son un indicio de inteligencia, afirma un estudio de la Escuela Londinense de Ciencia Económica y Política.
El psicólogo evolucionista Satoshi Kanazawa relacionó información sobre esas conductas con el coeficiente intelectual (IQ) y encontró que, en promedio, las personas que se dijeron ateos y liberales, tenían un IQ más alto.
Los participantes que se declararon ateos tenían un IQ promedio de 103 puntos en la adolescencia, mientras los adultos que se dijeron religiosos, tuvieron un promedio de 97, encontró el estudio.
Este resultado aplicó también para la exclusividad sexual, pero sólo en los hombres. Esto quiere decir que los hombres que se relacionan sexualmente con una sola pareja, tienen un coeficiente más elevado.
Las diferencias en el IQ –que no son determinantes aunque tampoco insignificantes- son del orden de seis a once puntos y muestran cómo se desarrollan ciertos patrones de identificación con alguna ideología, y cómo cambia el comportamiento de las personas con ello.
Los datos no deben ser utilizados para estereotipar o crear prejuicios sobre las personas, dicen los expertos.
La razón de este resultado es que todas esas tendencias van en contra del pasado evolutivo del ser humano. En otras palabras, ninguno de estos rasgos habría sido benéfico para nuestros ancestros, pero podrían estar asociados a una inteligencia mayor.
“Adoptar algunas nuevas y evolucionadas ideas tiene que ver con el avance de las especies”, dijo James Bailey, catedrático de la universidad George Washington.
“Incluso tiene mucho sentido que las personas más inteligentes –que parecen tener mayor poder intelectual- son quienes las hacen avanzar”.
Agregó que estas preferencias podrían ser un deseo reprimido de mostrar superioridad o elitismo, lo cual también está relacionado con el coeficiente. De hecho, adherirse a filosofías poco convencionales –como el liberalismo y el ateísmo- pueden ser una forma de “decir a los demás que eres muy listo”, dijo.
El estudio analizó una larga muestra del Estudio Nacional Longitudinal de Comportamiento Adolescente. Los entrevistados tenían entre 18 y 28 años entre los años 2001 y 2002. Otra fuente del estudio fue la Encuesta Social General de los Estados Unidos.
Monógamos, ¿más listos? Sólo los hombres
Kanazawa descartó que una inteligencia superior o inferior tuviera que ver con la monogamia en las mujeres. Esto tiene sentido si vemos que, el tener una sola pareja, ha sido un comportamiento tradicionalmente femenino desde hace miles de años; por lo que esta exclusividad no es nada nuevo.
Para los hombres, por otra parte, la monogamia va en contra de su “deber” evolutivo, que les indica que deben “esparcir su semilla” con múltiples parejas.
En cambio, las mujeres necesitan de una pareja estable que les provea de recursos, considerando que pasan nueve meses embarazadas y varios años cuidando de hijos pequeños.
Mentes libres de dogmas
La religión, según esta teoría, no ayudó exactamente a la gente a sobrevivir o reproducirse, pero las ha ayudado a cuidarse al volverlas “paranoicas”, dice Kanazawa.
Por ejemplo: asumir que un ruido lejano es señal de una amenaza, ayuda a los humanos a prepararse para el peligro.
“La paranoia ayuda a la vida, y si los humanos son paranoicos, se vuelven más religiosos y ven las manos de Dios en todas partes”, asegura el investigador.
El ateísmo “permite cuestionar y especular sobre la vida sin preocuparse por los dogmas de una religión”, afirmó el profesor Bailey.
“Históricamente, todo lo que es nuevo y diferente es visto como una amenaza en términos de las creencias religiosas, pues casi todas las religiones se basan en la permanencia”, apuntó.
Liberales, más generosos
El estudio recoge el concepto estadounidense de ‘liberal’, en comparación con un conservador, al margen de tendencias políticas, como el aborto y los derechos de los homosexuales.
“Los liberales suelen preocuparse más por personas totalmente ajenas a ellos, mientras que los conservadores sólo muestran preocupación por quienes les son afines”, explicó el catedrático.
Considerando que nuestros ancestros tuvieron un agudo interés en la supervivencia de su descendencia, la postura conservadora sigue la línea de la evolución, más que la liberal, afirma Kanazawa. “Es antinatural en los seres humanos el preocuparse por los extraños”, dijo.
El estudio encontró que los adultos jóvenes que dijeron ser más conservadores tienen un coeficiente promedio de 95, en comparación con los que se dijeron “más liberales”, que tuvieron un promedio de 106.
La preocupación de los conservadores por sus seres más cercanos encaja también con la necesidad de mantenerse a salvo, en contraste con la tendencia de los liberales por aventurarse hacia lo desconocido, afirmó Bailey.
No obstante, ninguna de estas tendencias es evidencia de que la evolución de la especie humana esté condicionada a esas ideas, advirtió Kanazawa.
“Las personas más inteligentes tienen menos hijos, así que salirse de la trayectoria (de conservación de la especie) es algo que no va a suceder”, concluyó.